sábado, 2 de dezembro de 2017

La dulzura sin ecos.


El francés era un idioma romántico, en su opinión, una romántica… Aunque no le gustaba reconocer, su romanticismo había dejado de ser sublime, aunque nunca realmente lo haya sido. Siempre fue una ególatra, alguna vez tuvo alguna razón, aunque no mucha. Ya no podría ser apreciada por los hombres, los mismos que la habían mal tratado, aún así esa era la espina en su alma… Una gran alma, según imaginaba que Dios pensaba sobre ella… Grande era su gula.

Solo le restaba su retorcida percepción del bien, de su propio esplendor, de su auto-admiración… Como no encontraba eco, su pituitaria le ordenaba a comer y odiar, comer y odiar… Hasta que algún día alguien la quisiera. Nunca. Su pituitaria arruinaba el resto de dignidad de aquella obesa mórbida, el supuesto romanticismo de una bestia herida... Un romanticismo ahogado, muerto en un abismo enfermo.

En su lejana juventud tuvo tal fijación con el francés, que se dedicó al estúdio de ese idioma, en la província del sudeste asiático, donde todo era posíble... Creía tener el domínio, creía ser la própia academia francesa de las letras pues una vez fué a Francia, quedó deslumbrada claro, le sonrrió humillada a todos, que seguían inmersos en la política de su país...

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